Cuando decimos que Dios tiene poder, no estamos diciendo que Dios es el ser más fuerte sobre la faz de la tierra y que por eso es que nos manda. No, cuando decimos que Dios es y tiene poder, es porque él nos convence de su autoridad, de su posición, de que él es el dueño de todo y de todos.
Si Dios quisiera demostrar su poder podría destruir el mundo o construir otro con un tronar de dedos. Miremos con qué facilidad un terremoto, enviado por Dios, destruye una ciudad; o cómo, un sunami también enviado por Dios, destruye muchos pueblos.
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